Aprendió a vivir con esa voz en su interior. Esa voz que constantemente le decía que tenía que todo lo hacía mal, que no valía para nada. A veces la dejaba que hablase sola, sin responderle. Pensaba que si no le respondía, con el tiempo, se acabaría callando. Pero no era así. La voz era incansable. Pero cuanto más se esforzaba la voz por derrumbarlo, más se reforzaba su propia fuerza.
Ahora estaba preparado para escucharla. Para responderle.
Yo tenía razón. Puedes seguir hablando, pero no te volveré a escuchar.