El niño cogió la piedra del suelo. En medio del descampado, si nada ni nadie a la vista, aquello le pareció lo más entretenido que había. Y con aquella piedra jugó toda la tarde hasta que el sueño, o quizás el hambre, le vencieron y volvió a su casa vacía.
A veces lo más pequeño o lo más inesperado puede hacernos felices y es suficiente para darnos cuenta de que no necesitamos nada más.