Desde hace muchos años, en un pueblo lejano y aislado, lleno de estrechas callejuelas, un misterioso hombre recorría las calles todas las noches. Nadie le conocía ni era visto durante el día. Los vecinos apenas se atrevían a observarlo tras las cortinas de sus ventanas.
Todas las noches, lloviese o helase, el hombre recorría todas las calles del pueblo y levantaba una a una todas las tapas de las alcantarillas. Nadie sabía porqué lo hacía. Nadie se atrevía a salir a la calle y preguntarle. Simplemente levantaba las tapas, observaba su interior y las volvía a cerrar. Con el paso de los años oscuras leyendas empezaron a circular sobre aquel misterioso hombre.
Fue una noche oscura de septiembre cuando algo anormal ocurrió. El hombre levantó una alcantarilla y, al observar el interior, no la volvió a cerrar como hacía habitualmente. En su lugar, se quedó observando el interior y metió su cabeza y medio cuerpo en el interior. Esto llamó la atención a los vecinos de las casas cercanas que empezaron a observarle desde sus ventanas.
Después de meter el brazo y su cabeza en el interior de la alcantarilla siguió metiendo el resto de su cuerpo hasta apenas dejar fuera los pies. Al cabo de un rato volvió a salir muy lentamente. Pero al final de su brazo derecho los vecinos pudieron ver que había otra mano. Y tras esa mano le siguió un brazo pegado a un cuerpo. Así hasta que finalmente aquel misterioso hombre saco a otra persona del interior de la alcantarilla. Era un hombre mucho más joven que él. Lleno de oscuridad y tristeza. ¿Cuánto tiempo llevaría ese hombre en la oscuridad bajo una calle por la que cada día los niños juegan y la gente hace su vida feliz? Los vecinos que observaban se asustaron y cerraron rápidamente sus ventanas.
Durante el día siguiente la voz se corrió por todo el pueblo y al llegar la noche la expectación era mayor que nunca sobre qué pasaría ahora por las calles.
Y fue así como, de madrugada, una sombra oscura empezó a asomar por las calles. Pero no era el viejo hombre de siempre, si no el joven rescatado. Era él quien ahora se encargaba de levantar todas las alcantarillas y observar el interior. El viejo hombre nunca más volvió a aparecer.
Aún ahora, muchos años después, el hombre sigue pasando todas las noches. Los más viejos del pueblo ya no están y los jóvenes le observan con miedo desde sus ventanas, sin saber con qué intenciones aquel hombre mira bajo las alcantarillas todas las noches.