El chico se acostó en cama. No tardó en sorprenderse de la satisfacción y descanso que le proporcionaba estar acostado.
Se quedó mirando el techo. Reflexionando sobre sus cosas. Al otro lado de la ventana las nubes se hicieron a un lado y permitieron la entrada del Sol por la ventana hasta impactar directamente en la cara del chico.
Entonces cerró los ojos.
Cuando despertó se sintió incómodo. Las rodillas le dolían como si acabase de correr una maratón. Su cabeza tenía un dolor encima del ojo que le estaba matando y un hormigueo le incomodaba en sus dedos de las manos.
Sin saber muy bien como, empezó a sentirse mayor. Ya no era un chico joven, si no que, en su interior, la edad había avanzado tan rápido que se sentía casi un anciano.