¿Recuerdas cuando éramos pequeños, y los dos vivíamos en el mismo edificio? Que bien lo pasábamos, visitándonos cada vez que nuestros padres se iban a trabajar. Como lo echo de menos.
Me acuerdo sobre todo de un día que llamaste a mi timbre y, por la forma en que sonó, ya sabía que eras tu. Traías una rosa en la mano. Me dijiste que la guardaste toda la noche bajo la cama para que tus padres no la viesen. La pobre, ya estaba casi seca. Sin embargo, era preciosa. No hubiese sido tan bonita si detrás de ella no hubiese estado tu sonrisa, tímida, torcida, con el labio inferior mordido. Era preciosa. Hace ya tantos años de eso… pero aun lo recuerdo como si fuera ayer. Pasamos aquella tarde mirando el mar desde la azotea del edificio. Y allí volvíamos todos los fines de semana.
Lo hecho mucho de menos, mucho. Ojalá pudiéramos volver. Ojalá estuvieras aquí.
La mujer se secó las lágrimas, dejó la rosa que llevaba en la mano sobre la lápida y le dio una caricia. Como si tocar esa piedra fría fuese tocar la cara de su marido.