Cuántos recuerdos le traía aquel pueblo. Era volver a descubrir aquellas sensaciones de cuando era una niña: el sonido de los zapatos caminando sobre un camino de tierra, los lagartos que se escapan cuando ven que te aproximas o esa sombra que daba la gran copa de un árbol a cuyos pies podías sentarte simplemente para recoger piedras y sentirlas en tu mano. No eran como esas piedras que hay en las ciudades, perfectamente moldeadas y posiblemente orinadas en algún momento. Porque aquí en el pueblo los perros no se pelean por marcar un árbol como su territorio. Hay árboles para todos.