El invierno no se acababa de marchar. Un día tras otro la lluvia caía incansable golpeando la acera y tiñendo de gris el espíritu de la gente. Él salió de trabajar, tarde como siempre. De camino a la parada de bus se fijó: una mujer, alta, se mantenía de pie apoyada contra la pared. En una mano vendada sostenía un trozo de cartón con algo escrito a lapiz:
Pido dinero para volver a casa. Piensa que podrías ser tú
Leer eso le sentó como una losa. Siempre pensó en las posibilidades que tendría él de acabar pidiendo en la calle y cada vez que lo hacía se daba cuenta de que eran bastante grandes. Si le faltara el trabajo no aguantaría mucho sin pagar el alquiler, y no tenía más lugares donde ir. Volvió sobre sus pasos y se acercó a ella.
– ¿De dónde eres?
Ella se sobresaltó. No esperaba que nadie se acercara para hablarle. Llenó sus ojos de ilusión y empezó a hablar atropelladamente.
– De Barcelona.
– ¿Y cómo has llegado hasta aquí?
– Por mi pareja. Vine para intentar arreglar las cosas con él pero no fue posible. Y aquí no conozco a nadie, no tengo donde estar, nadie me puede ayudar ni Cruz Roja ni nadie… Allí en Barcelona al menos conozco a gente y al estar empadronada me dan ayudas.
Mientras hablaba, acercaba su mano al chico. Le hablaba y le contaba su historia pero todas las palabras escondían detrás un gracias por hablar conmigo.
Él volvió a pasar por esa calle todos los días, pero la chica nunca más volvió a aparecer. Quizás siga en la calle con un cartel en la mano, en una ciudad al otro lado del país.