Aunque la frente de su cabeza hacía tiempo que ya estaba sangrando siguió dándose cabezazos contra la pared.
Su habitación estaba casi a oscuras. La única luz que entraba se colaba entre los agujeros de la persiana. Un tic-tac de un reloj marcaba el compás de Alberto, quien llevaba más de veinte minutos dándose cabezazos contra la pared.
– Me come por dentro, ¡me come por dentro!
Dicen que si tenemos dolor en dos partes del cuerpo diferentes, solo sentimos el más fuerte. Quizás por eso a Alberto no le dolían los cabezazos. El dolor que sentía en su corazón era más fuerte que cualquier otro.
– ¿Por qué tiene que ser así conmigo? ¿Por qué me hace tanto daño?
Siguió dándose cabezazos. A cada segundo, uno más. Sentía dolor, pero era tanta la pena que tenía en su interior que los golpes le aliviaban.
todo esto lo escribís vos? me gusto mucho esta entrada.
Hola, gracias. Me alegro de que te haya gustado. Gracias por la visita y el comentario.
Un saludo.