Javier se acercó a la ventana. El salón de la casa daba justamente a la plaza del pueblo, donde siempre había unos niños jugando con una pelota. Hoy también estaban haciendo ruido con sus patadas y sus gritos. En el medio de la plaza había una gran farola a la que se subían los más bajitos del pueblo cuando pasaba la cabalgata de los Reyes Magos. En uno de los extremos estaba el Ayuntamiento, subiendo una cuesta. Desde allí era donde los veía él.
Javier ya conocía a los niños aunque no eran muy amigos. En el patio del colegio siempre intentaba estar cerca de ellos pero nunca se llegó a integrar.
– Hijo, ¿qué miras por la ventana?- La madre había llegado a la puerta del salón hace unos minutos, pero prefirió no hablar hasta ahora.
– Les estoy viendo jugar al fútbol, mamá.- Javier no dejó de mirar por la ventana.
Su madre se acercó a la ventana y acarició el pelo de su hijo.
– Algún día tu estarás ahí jugando con ellos.
– Mamá, sabes que no. Quiero irme de aquí. Quiero hacer amigos, pero amigos con los que pueda jugar de verdad. Aquí no puedo hacer nada. Llévame hasta la habitación y déjame. Quiero estar solo.
La madre se puso detrás de Javier y empujó la silla de ruedas hasta la habitación del chico.