Lo acababan de echar de su último trabajo. Estaba harto de no poder aguantar en el mismo puesto más de dos meses. Los últimos cinco años habían sido un completo infierno para su vida. Desde que su mujer lo abandonase, se hundió en la miseria y se quedó sin casa donde dormir. Ahora malvivía en una pensión. Desde aquel día que su mujer salió de su vida para dejar paso a la depresión, ya no le encontraba sentido a nada, y sabía de que esa situación no iba a poder salir. Ni tan siquiera quería intentarlo más. Quería terminar con todo aquello.
No le fue complicado encontrar una pistola en el mercado negro. Conocía bastante bien los callejones oscuros y últimamente había conocido a la gente adecuada para comprarla a buen precio.
Por fin, cuando ya estaba decidido, cogió su pistola y empezó el ritual para poner fin a su vida. Ya lo había decidido, solo tenía que hacerlo. Se sentó en la silla de la cocina, se puso el arma en la sién. Y pensó: espera un momento. Lo último que quiero ver en vida es la pared de esta cocina grasienta? Decidió que no. Su última visión iba a ser algo mejor, algo próspero. Algo que le recordase los momentos en los que era feliz.
Salió a la calle tapándose el arma con la chaqueta y cogió su coche. Puso rumbo a un descampado en las afueras desde donde se veía toda la ciudad. Eran unas buenas vistas y desde luego una última imagen bastante deseable. Se iba a suicidar, pero quería irse con un buen sabor de boca de este mundo.
Una vez que aparcó el coche en un descampado, cogió aire y se volvió a poner la pistola en la sién. Iba a proceder a apretar el gatillo justo cuando a lo lejos escuchó como llegaban más coches. No había pensado en que no era el único que quería disfrutar con buenas vistas. El coche aparcó cerca de él y bajaron una pandilla de amigos dispuestos a escuchar algo de música mientras le daban patadas a un balón.
No podía suicidarse allí, delante de esa gente. Ya bastante se había fastidiado su propia vida como para encima fastidiarle la suya a esos chicos, matándose delante de sus narices. Salió del coche y buscó, entre los arbustos, un lugar desde donde pudiese seguir disfrutando de las vistas y tuviese algo de intimidad. Por fin encontró una roca que le podía servir de asiento. Era bastante grande, así que su cuerpo inerte no se caería por ningún acantilado, además estaba cerca de un camino así que era probable que no tardasen mucho en encontrar su cuerpo. Tampoco quería pasarse semanas con el cadáver ahí tirado esperando a que alguien lo viese para poder darle un entierro.
Ya sobre la roca, disfrutando de las vistas con intimidad, se volvió a poner el arma en la sién y el dedo en el gatillo. Pero había algo que le estaba incomodando. No era algo físico, si no una sensación. Se había dejado las llaves del coche puestas. ¡Maldita sea! Ahora dudaba si debía volver al coche para coger las llaves y cerrarlo o no. ¿Qué podría pasar si no las recuperaba? No sabía cuanto tiempo tardarían en encontrar su cadáver, es probable que hasta que no lo hicieran, alguien podría acercarse al coche y al ver que tiene las llaves puestas, robárselo. Era lo que le faltaba, encima de muerto, robado. Pero por otra parte ¿qué más le importaba? Se iba a morir, no iba a necesitar el coche para nada nunca más. Pero bueno, era su orgullo. No podía permitir que le robasen, aun estando muerto. ¿Valdría la pena o era mejor poner fin ya a todas las indecisiones? Quizás si le robaban el coche después podrían utilizarlo para algo ilegal y le quedaría la marca a él, no le gustaba la idea de que sus vecinos lo recordasen como alguien que atracó un banco con su coche, lo dejó abandonado y luego se suicidó en lo alto de la montaña. Volvió al coche.
Maldita sea. Llegaba tarde, ya se lo habían robado. Apenas llegó para ver como una pandilla de universitarios borrachos se lo llevaban por la carretera abajo. Maldijo todos sus antepasados y a toda la gente que conocía. Se iba a suicidar, le daba igual lo que pasara con el coche, pero no soportaba la idea de que se hubiesen burlado de él de esa forma. Decidió acabar con todo en aquel mismo momento.Se volvió a poner la pistola en la sién y allí mismo apretó el gatillo.
Y no pasó nada. Apretó otra vez y siguió sin pasar nada. Otra vez, y lo mismo, y otra, y otra. Así hasta que comprobó que el tambor estaba vacío. Echó la memoria atrás y se preguntó donde estaban las balas que había comprado con la pistola. Y recordó aquel momento en la que casi se suicida en la cocina. Recordó cuando decidió venirse a la montaña, vació el tambor para evitar cualquier accidente en la calle y por el camino. Recordó, entonces, como la caja con las balas descansaba bajo el asiento de copiloto en su coche. Y recordó a su coche rodando carretera abajo con esos borrachos en el interior.
Y se dio lástima a si mismo, cuando se vio solo en una montaña, con una pistola descargada en la mano y con una gran caminata por delante para volver a su casa.
Y le damos tantas vueltas a las cosas, incluso las menos importantes, incluso a las menos importantes. Y por pensarlo tanto, al final no hacemos nada.