– Tengo ansiedad, no sé qué me pasa.
Xoán lo pensó para él. O lo dijo en alto, no lo sabía muy bien. Hace tiempo que se dio cuenta de que al vivir en soledad dejas de apreciar cuándo estás hablando solo, o cuando lo estás pensando.
Abrió la ventana de su habitación y dejó pasar el aire. Un poco de fresco. Era ya de noche y él adoraba la oscuridad y la magia que tenía. Pero seguía con ansiedad y no sabía porqué era.
– Otra vez la maldita ansiedad.
Carmen se lo dijo a si misma en voz alta. Pero no tan alta como para que sus padres la escuchasen desde el salón. Ella estaba en su habitación, navegando entre sus libros viejos y las fotos de recuerdos. Y tenía ansiedad, y no se había dado cuenta desde cuando.
Encendió su ordenador y se conectó a internet. Allí logró contactar con un amigo que conocía desde hace algunos años. La verdad es que se conectó sólo para poder hablar con él. Entonces se lo dijo.
– No sé qué me pasa, tengo ansiedad. ¿Qué puedo tomarme? – Carmen se lo preguntó, porque sabía que él siempre tenía solución para esas cosas.
– ¿Tu también? Yo estoy igual, pensé que era el único. He puesto música a ver si me relajaba, pero no hay forma
– Pues si que estamos bien. Debe ser la noche.
– Será.
– Me iré a dormir, buenas noches Xoán.
– Buenas noches Carmen.
Despúes de hablar los dos se sintieron mejor, y se olvidaron de su ansiedad. Sabían porqué la tenían, pero no querían reconocer que mientras no estuvieran juntos otra vez, tendrían que convivir con ello.