La puerta de la entrada golpeaba la pared al cerrarse de tal manera que hacía retumbar todos los cristales de la pared. Y esta vez no fue distinto. A las personas del interior del bar ya no parecía importarles ni interesarles el pequeño terremoto vertical. Ella vio traicionada su discreción por la maldita puerta, y decidió esconderse entre el humo de tabaco.
En algún lugar de la barra lo encontró a él. No le sorprendió porque no fue ninguna casualidad, ya sabía que iba a estar ahí. Al igual que el hecho de que justo a su lado hubiese un asiento libre, que pasó a ocupar.
– Buenas noches caballero.
Él terminó su sorbo a la botella de cerveza mientras la observaba por el rabillo del ojo. Después, respondió:
– Hola.
– ¿Estás acompañado esta noche? – Ella observó su chaqueta de cuero marrón, para después clavarle la mirada en sus ojos.
– No, esta noche no.
– ¿Soltero?
– Viudo. – Él la miró por primera vez. Ella retrasó un poco su posición.
– ¿Tan joven y ya viudo?
– Mi alma se suicidó hace dos años.
Al fondo del bar un grupo de borrachos gritaba y se reía alrededor de una mesa llena de botellas. Algunos motoristas, gente anónima, jugadores de billar y fumadores se repartían el espacio restante. La música luchaba por dejarse escuchar entre los huecos de las palabras celebrando, absurdamente, que dos personas tenían algo de qué hablar.