El ascensor seguía subiendo mientras Xoan se miraba al espejo. Aunque hacía tiempo que ya no vivía en ese edificio, seguía visitando a sus padres casi todos los días, por lo que no tenía esa sensación de estar en un lugar desconocido.
Al llegar a su piso, se encontró con la puerta ya abierta, pues ya sabían de su llegada y le dejaron vía libre para que entrase.
Ahora parecía que el tiempo se había detenido en esa casa. Ya no había niños jugando y quizás el hogar ya no estaba tan vivo como hace unos años. Al fondo del pasillo, Xoan vio la luz de la habitación encendida, y se acercó despacio, intentando no hacer ruido.
– Hola.
– Hola. Aquí tienes la ropa, pruébatela a ver qué tal te queda.
Xoan recogió una chaqueta que estaba acostada encima de la cama. Se la probó, junto con alguna cosa más.
– Del jersey habrá que buscar una talla más grande. Pero esta me queda bien. Ya me la llevo. Gracias.
Se despidieron y Xoan saltó hasta la oscuridad del pasillo. Volvió a la entrada y allí se detuvo, para girarse y observar la luz que escapaba del pasillo. Siempre sentía en su interior esa sensación de querer volver a empezar de cero. Que la relación con su familia fuera diferente y menos distante, pero no sabía cómo hacerlo. Lamentó no ser más amigo de su hermana. Lamentó tener que repetirse «la próxima vez será distinto» cada vez que se despedían. Reconocía que la falta de relación era culpa suya.
Reanudó su marcha huyendo de sus arrepentimientos. Se prometió, como todas las veces, que la próxima vez no sería un desconocido.