Las gotas de lluvia caían sobre el parabrisas intentando entrar dentro del habitáculo para golpear a su ocupante. La noche cerrada ya no mostraba más que la luz de la luna, que se ocultaba tras las nubes vaciantes de agua.
Para Xoan era imposible no caer en la nostalgia dentro de su coche, con la única compañía de una radio que apenas balbuceaba palabras de amor de autor desconocido. Canciones que posiblemente nunca más volvería a escuchar.
Miró por el retrovisor y le echó un vistazo a su maletero rebosante de equipaje. Se iba, para siempre, de viaje. No sabía muy bien a dónde; pararía donde se encontrase más a gusto.
Volvió a ver la vista al frente, a la carretera, para verse reflejado en el parabrisas. Echó de menos un abrazo. Y lloró.